LAVIN Y SU EFECTIVO "REALISMO MÁGICO"

Las lógicas políticas y mediáticas tienen muchos puntos en común, uno de los cuales es la necesidad de construir “realidades” hiperbólicas, críticas y dramáticas. La política y el periodismo son actividades que obran y se desenvuelven con dosis de artificialidad.

Las archicomentadas palabras de Joaquín Lavín, emitidas en un canal de televisión, causaron sobrerreacciones políticas y mediáticas. Y fueron, además, sobredimensionadas desde ambas esferas. Las lógicas políticas y mediáticas tienen muchos puntos en común, uno de los cuales es la necesidad de construir "realidades" hiperbólicas, críticas y dramáticas. Es por eso que la política y el periodismo son actividades que obran y se desenvuelven con una buena dosis de artificialidad. Requieren manipular la realidad-real para recrear "realidades" funcionales a sus fines. Y lo pueden hacer, merced al poder que les concede el dominio de enormes facultades discursivas y de influencia pública.

Lo ocurrido recientemente con Lavín es una prueba palmaria de ese poder y de esas facultades. Sus palabras han sido interpretadas, por los agentes mediáticos y políticos, como una suerte de gran operación o expresión de una sesuda y sorprendente estrategia y como un hecho político de grandes magnitudes. Lo cierto es que si han devenido en tales cosas es porque esas interpretaciones se convirtieron en La Verdad discursiva y mediática. Lo que Lavín expresó fue muy simple. Dijo creerle a la Presidenta Michelle Bachelet en cuanto a la buena intencionalidad que existen en su pensar y su actuar. Y luego declaró su disposición a colaborar con su Gobierno, pero recordando siempre que él adscribe a la Alianza.

Si eso mismo se lo plantea en privado a miembros de la clase política y a integrantes de la prensa, habría sido recogido como manifestación de un pensamiento y una concepción legítima sobre la política moderna. No habría habido alboroto, ni siquiera entre los hipotéticos contertulios. Claro -replicarán sus detractores-, pero la cosa cambia, por el solo hecho de haberse expresado públicamente. Y esa réplica, probablemente, será compartida por la inmensa mayoría de políticos y periodistas. El asunto está en por qué la política debe funcionar de esa manera. Por qué es "políticamente correcto" disociar el pensar político íntimo con el decir político público. Hay materias menores que pueden y deben ocultarse en virtud de la brega política que, en tanto tal, incluye adversarios que no deben informarse de los pasos y movimientos previstos por la fuerza contraria.

Pero lo que Lavín sostuvo no eran cuestiones menores, aun cuando lo haya expresado de manera coloquial. Tras sus frases estaba un concepto y un estilo que él concibe para la política moderna. ¿Es legítimo, sano, prudente y eficiente silenciar las nociones y convicciones políticas trascendentes?

No lo es, pero se hace.

Y se hace porque se subvalora o desprecia a la ciudadanía. La norma es: a la ciudadanía no hay que hablarle de trascendencias políticas, sino sólo de pequeños asuntos impactantes. Eso es política-espectáculo, entronizada en Chile, precisamente, por la derecha y a la que se quiso identificar como "política moderna". El gesto de Lavín fue verazmente propio de política moderna, en el sentido que apunta a la horizontalidad del diálogo entre dirigentes y dirigidos y en el sentido también que está inmerso en la culturización transparentizadora que impulsa la modernidad. En pocas palabras, fue un gesto de efectiva renovación política.

Pero, además, el affaire analizado alzó a Lavín como una figura notablemente congruente con esencialidades del discurso derechista más profundo. Es la derecha la que ha insistido en el fin de las ideologías, la que más simpatizó con Francis Fukuyama y "El fin de la historia", la que vindica a cada rato el papel técnico o meritocrático en la política, la que menos cree en la conflictividad. Todos esos postulados llevan -o deberían llevar- a una conclusión categórica: la política moderna no entraña dramatismos, como los entrañó ayer.

En consecuencia, desdramatizada la política, menguados los antagonismos, ¿no están dadas las condiciones para un tipo de política más llana, abierta y de cooperación? Insistimos, es la derecha la que más proclama esas visiones de la política moderna. Pero parece que sólo Lavín y Pablo Longueira se las creen. Los demás líderes siguen actuando como si cargaran sobre sus hombros la responsabilidad de salvar el Estado-nación de una crisis catastrófica, producida por sus perversos y sempiternos enemigos. Ni ellos se lo creen, pero, astutos que son, suponen que el diseño del "desalojo" pasa por convencer que esa artificialidad es la realidad.

Publicado con autorización del Centro de Estudios Sociales Avance (www.centroavance.cl)
*Antonio Cortés Terzi, director ejecutivo del Centro de Estudios Sociales Avance

0 comentarios: